Las sesiones de formación en Cartagena volaron más rápido que el tiempo. Estar en un lugar tan maravilloso siempre deja al visitante convencido de que el tiempo pasa demasiado rápido.
La duración de la formación fue corta, pero el tiempo se aprovechó a fondo. Creo las sonrisas de los asistentes, todos los cuales recibieron sus bien merecidos certificados el sábado 12 de mayo, hablan por el conjunto del curso: todos y cada uno dedicaron todos sus esfuerzos y atención al instructor y a los temas impartidos. Como resultado, su progreso fue excepcional y el “producto final” fue un gran equipo dispuesto a superar las expectativas de los clientes. Gracias a todos, no sólo por vuestra entrega y dedicación, sino también por todos los regalos!
El primero, la extraordinaria amabilidad del personal. Segundo, el hotel: un antiguo convento de las monjas Clarisas, comenzado a construir en 1617 y finalmente inaugurado en 1621. De ahí el nombre del hotel de lujo restaurante, el “dieciséis-veintiuno”, una parada obligatoria para cualquier visitante que visite Cartagena. Aquí, el sumiller Oscar Santos presenta, todos los miércoles, tres vinos diferentes de su inmensa bodega. Está invitado todo aquel que esté interesado en el tema y el que asiste se marcha con un poco más de conocimiento y la agradable sensación de la simpatía y el acogimiento sincero. Un placer para todo aficionado al vino.
Y es que el vino y la excelente comida se entrelazan en el encantador ambiente del restaurante, acariciado por la música seleccionada, una temperatura agradable, el amable servicio y la fantástica decoración. No dejen de echar un vistazo a la pared del fondo del restaurante, donde la humedad local (a un constante 90% durante mi estancia) provoca la aparición de un musgo decorativo que crea un efecto fosforescente en las paredes de color oro. En definitiva, una experiencia que nadie debe perderse.
¿Otro regalo? Las simpáticas visitas de Mateo, el tucán del hotel, cuyas ganas de ser fotografiado variaban de día a día. Clarita, la amiga de Mateo, es tan bonita como él, pero menos accesible… ¡al menos para el que escribe!
El día antes de mi marcha, el personal del hotel organizó para mi un tour alrededor de su hermosa ciudad.
Situada en el norte de Colombia, Cartagena es especialmente famosa por su puerto, uno de los más importantes de América desde la fundación de la ciudad por el comandante madrileño Pedro de Heredia en 1533. En aquellos primeros días, el puerto y la ciudad eran de inmenso interés tanto para británicos como para franceses, por lo que los administradores se vieron obligados a mejorar de forma progresiva sus defensas, para proteger los intereses comerciales y a su población. Para escudarse de los invasores, Cartagena fue ampliando sus murallas y las fue dotando de frentes inclinados para minimizar los daños si recibían el impacto de balas de cañón. Asimismo, la fortaleza de San Felipe de Barajas incluye pasadizos ocultos de tipo laberíntico para ayudar a las tropas locales a vencer al enemigo si éste conseguía entrar en los cuarteles.
El hermoso convento de Popa se encuentra en el punto más alto de la ciudad de Cartagena y recibió su nombre debido a su similitud con la parte trasera un navío, tal y como se ve en la llegada a la ciudad desde el mar. Los religiosos Agustinos fundaron el convento en el siglo XVII. En la actualidad alberga el único retablo de Santa Clara que originalmente se mantuvo en el convento de Santa Clara, transformado hoy en el Sofitel Santa Clara.
Y aún hay mucho más para disfrutar en Cartagena, con calles compuestas de casas de uno a tres pisos de altura dependiendo del barrio en el que se encuentra uno y cuya altura señalaba el poder de los propietarios. Lo que es común a todas las construcciones son los colores brillantes en las paredes exteriores, la hermosa arquitectura que se remonta a los tiempos coloniales y el verde natural de los árboles y arbustos autóctonos que las acompañan.
Una experiencia realmente inolvidable.